El círculo latinoamericano

A punto de cumplirse en 2010 los 200 años del arranque de las independencias de los países Latinoamericanos
En la última edición del Foro Iberoamérica, una institución privada que reúne cada año, a puerta cerrada, a intelectuales, empresarios y políticos de América Latina para que intercambien información y opiniones, no se habló prácticamente para nada de Europa y poco de Estados Unidos. Fue la relación con Asia la que centró todos los análisis, porque es esa relación la que está cambiando la realidad y el futuro de América Latina y ése es el dato que se ha convertido en el elemento diferenciador entre el siglo XX y el siglo XXI en este continente.

La relación comercial con Asia, especialmente con China, ofrece una nueva oportunidad, abre una nueva ventana de modernización en el siglo XXI para que América Latina realice las reformas imprescindibles que le permitan engancharse a la globalización y toda la región quiere participar en ese movimiento. Estados Unidos sigue siendo un socio muy importante y presente, pero está absorbido en nuevas tareas, oculto, en cierta forma, y Europa, cada día más ausente, se limita a mantener en la región su tambaleante perfil cultural. El siglo XX, cuyo mejor balance en América Latina fue el esplendoroso estallido de su literatura, pero que frustró casi todas las esperanzas del continente, ha dejado paso a un siglo XXI con protagonistas desconocidos y con un nuevo renacer de grandes promesas.

Los datos son apabullantes. China se convirtió en 2008 en el segundo socio comercial de América Latina, sólo por detrás de Estados Unidos, y su hambre de materias primas (desde petróleo a soja, pasando por el cobre) ha condicionado el precio al alza de lo que representa el 60% de las exportaciones latinoamericanas. Buena parte de los ingresos de Chile, por ejemplo, depende de la velocidad a la que China extienda sus líneas de teléfono. Asia es ya el segundo mercado de Perú. En 1995 el intercambio comercial entre la región y China era de 8.400 millones de dólares. En 2008 superó los 100.000 millones. «Da la impresión de que la prosperidad de buena parte de América Latina depende de China, pero no estaría de más recordar que China es un país sin sistema de mercado, ni sistema democrático, ni imperio de la ley», apuntó, de forma inquietante, uno de los participantes en el mencionado foro.
La apertura de los mercados asiáticos ha coincidido con otros dos elementos importantes. La gran mayoría de los países latinoamericanos son democracias, más o menos imperfectas, pero democracias. Y también por primera vez existe una conciencia global de que uno de los grandes males de la región es la brutal desigualdad que padece y que lastra cualquier esperanza de futuro.
Dentro de ese despertar de una conciencia social de inclusión figura, de manera muy destacada, la irrupción del indigenismo, un movimiento muy vigoroso en prácticamente toda América Latina, que ha logrado entrar en el escenario político. El indigenismo logró su primer éxito con la elección de Evo Morales en Bolivia, pero no está reducido a los países andinos (Ecuador y Perú) sino que reclama protagonismo en muchos otros puntos de la región, desde Brasil y Chile (con una población significativa de mapuches) hasta toda Centroamérica.
El indigenismo aboga por una cosmovisión distinta, especialmente una relación con la tierra y una protección medioambiental casi radical, pero no implica la existencia de un movimiento político único, porque entre las distintas etnias existen diferencias considerables. La gran duda que se plantea es si es posible hacer compatible progresivamente esa cosmovisión con una sociedad socialdemócrata, como pretenden algunos. Las demandas de los indígenas, afirman los defensores de esta línea, se parecen mucho a las del resto de la sociedad, inclusión, participación y mejora de la calidad de vida, y pueden ser satisfechas de la misma manera. En cualquier caso, lo que está claro es que el indigenismo llegó a finales del XX para quedarse y que ya no será posible en el siglo XXI prescindir de su papel político.
«Éstos son unos años decisivos para equilibrar las décadas perdidas en el siglo XX y por primera vez prácticamente todos los países latinoamericanos tienen regímenes democráticos y modelos económicos más abiertos y capaces de aprovechar la ocasión», asegura Enrique Iglesias, secretario general de las Cumbres Iberoamericanas. «América Latina tiene que conseguir romper el círculo de la pobreza y la exclusión y ya no hay casi nadie que no admita que será imposible lograr avances mientras que América Latina siga siendo la región más desigual del mundo, la que presenta unos niveles de distribución de riqueza más injustos», comenta Alicia Bárcena, secretaria general de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
El 34% de la población de América Latina cae bajo los niveles de la pobreza (unos 189 millones de personas) y aproximadamente un 13,7% (76 millones) directamente en los de la pura indigencia, según datos de Cepal. Aun así, 41 millones de personas habían conseguido superar la pobreza entre 2002 y 2008. La actual crisis ha vuelto a hacer retroceder a nueve millones, pero, pese a todo, el impacto ha sido menor que en ocasiones anteriores y la región ha conseguido mantener el poder adquisitivo de las remuneraciones y bajas tasas de inflación.
«Esto demuestra que se puede crecer y redistribuir, expandir el gasto social y tener prudencia fiscal para mejorar las condiciones de la población de manera significativa. América Latina no está condenada a ser pobre ni injusta», declaró Bárcena en la presentación de su último informe.
El debate no se plantea sobre la necesidad de promover esa rápida transformación social, sino sobre si existen dos posibles modelos a seguir, dos bloques contrapuestos: el que representa Venezuela, con Bolivia y Ecuador, y el que lidera Brasil, con Chile y Uruguay. Desde el punto de vista político, los dos modelos parecen enfrentados. Uno, con el presidente venezolano, Hugo Chávez, al frente, apuesta por un Estado omnipresente, con el mercado subordinado, y otro, con el presidente Lula como su mejor intérprete, por una línea de inspiración socialdemócrata, en la que el mercado es un colaborador imprescindible y bienvenido.
Lo que no parece tan claro es que esos enfoques se traduzcan en dos bloques reales. Dentro del Alba (Iniciativa Bolivariana) de Chávez las cosas no funcionan con la disciplina que algunos creen. De hecho, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, va bastante a su aire. Brasil, por su parte, sencillamente no pretende encabezar ningún bloque, sino ejercer un liderazgo regional, suave y consensuado.
Alicia Bárcena no cree tampoco mucho en esa dicotomía desde un punto de vista estrictamente económico. «Hay enfoques distintos, yo no diría que modelos diferentes ni bloques. Lo fundamental es que todos los gobiernos, de una forma u otra, aumentan el gasto social. Ya hay 37 países que tienen programas de transferencias condicionadas y, algo que es muy importante, ocho países aplican ya una política de salario mínimo», asegura Bárcena.
La secretaria general de Cepal apunta otro elemento que va a influir poderosamente en la transformación latinoamericana: el cambio demográfico. En 1975, América Latina tenía un 40% de su población en la banda entre 0 y 14 años. En 2009, ha pasado a ser un 29% y, según las previsiones, para 2035, el promedio será de un 20%. Eso significa que habrá menos dependientes y más recursos.
La reducción del índice de natalidad reducirá también probablemente los índices de migración. Entre la II Guerra Mundial y hoy, más de cien millones de latinoamericanos abandonaron sus lugares de origen. Cerca de 45 millones (sobre todo mexicanos y centroamericanos) viven en Estados Unidos, donde suponen el 41% de los empleos en las granjas y el 28% del personal de limpieza. Pero no ha sido Estados Unidos (ni España, en los años 2000) el único país de destino y muchas veces se olvida el movimiento migratorio dentro de la propia región: dos millones de bolivianos, por ejemplo, viven en otros países de América Latina.
La nueva etapa latinoamericana deberá plantearse también, probablemente, el papel de México, un gran país latino situado en América del Norte. México contempló con inquietud la decisión de Itamaraty (como se conoce al poderoso Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil) de crear un departamento denominado «Suramérica» y un nuevo organismo llamado Unasur, que le deja fuera políticamente. Las autoridades mexicanas admiten que tiene una agenda económica, comercial e, incluso, política mucho más relacionada con Estados Unidos y el Caribe que con América del Sur, pero luchan por no quedarse completamente arrinconadas y participar en algunos foros comunes, sobre todo el llamado proceso de Río. Lo cierto es que no es posible entender América Latina sin la aportación literaria, política e intelectual de México, que es, además, el caso más destacado de mestizaje racial. México, asegura su actual presidente, Felipe Calderón, ha demostrado su vocación «latinoamericana».
El creciente papel internacional de Brasil es contemplado con algún asombro en otros países latinoamericanos, sobre todo en Argentina, muy reacia a aceptar un liderazgo regional brasileño. Pero Brasil, quiera o no Buenos Aires, es el protagonista de un despegue formidable y de una gran estabilidad política y se ha convertido de la noche a la mañana en una potencia mundial, empeñada en representar un papel en el concierto internacional. Brasilia, que reclama una silla en el Consejo de Seguridad de la ONU, algo impensable hace pocos años, sabe que para alcanzar ese protagonismo necesita ejercer liderazgo regional y se esfuerza en ejercerlo de una manera amistosa y, en lo posible, a través de organismos multilaterales.
La aparición de China como gran socio comercial y de Brasil como líder regional es contemplada con atención en Estados Unidos, que tradicionalmente ha ejercido su influencia en América Latina. Pensar que Washington ha perdido su interés en un área de la que sigue siendo el principal socio y de la que depende para el 50% de sus importaciones de petróleo sería muy arriesgado. Lo que es cierto es que Estados Unidos tiene que atender importantes crisis en otras zonas del mundo y que el fin de la guerra fría ha hecho que no exista ninguna amenaza en la zona. Nadie ha visto un barco de guerra chino en América Latina y los buques rusos que amarran en puertos venezolanos son mercantes que intentan hacer comercio.
En cualquier caso, la presencia de Asia y el papel de Brasil han cambiado la influencia dominante de Estados Unidos y su primacía diplomática en el área, lo que probablemente ayude también a cambiar, con el paso del tiempo, su imagen en América Latina, que sigue siendo negativa. El elemento decisorio será la salida que se encuentre para el régimen cubano, cuya revolución fue seguramente el hecho más relevante para América Latina en el siglo XX, pero ya no desempeña, ni remotamente, ese papel en el XXI. Encontrar una salida razonable es, sin embargo, imperativo para el conjunto del continente, porque Fidel Castro sigue despertando simpatías y apoyos, aunque sean más sentimentales que políticos.
Más importante que Cuba para América Latina en estos momentos es el problema creciente del crimen organizado y el narcotráfico. La región está considerada como la más violenta del mundo, no porque sea escenario de guerras, sino porque sus niveles de inseguridad y homicidio son tres veces superiores a la media mundial. La violencia es un problema que afecta al desarrollo de los negocios, al turismo y a las inversiones en prácticamente todos los países latinoamericanos (excepción hecha de Chile, Uruguay y Costa Rica, en niveles comparables a los europeos). El grado de impunidad, ligada también a la corrupción de policías, jueces y políticos, hace que la confianza en las fuerzas de seguridad y en la justicia sea también una de las más bajas del mundo. La única forma de combatirla eficazmente, según los expertos, es mejorar los niveles de inclusión y de igualdad, con lo que se cierra el círculo.

‘El círculo latinoamericano’ es un reportaje de Babelia del sábado 28 de noviembre de 2009.

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