El régimen sirio ha quedado aislado en el mundo árabe. Siria fue expulsada temporalmente de la Liga Árabe el pasado sábado, en un gesto de repulsa por la brutalidad con que el presidente Bachar el Asad reprime a la oposición. El rey Abdalá de Jordania, hoy, ha ido más lejos: se ha convertido en el primer dirigente regional en pedir la dimisión de El Asad. “Si Bachar tuviera algún interés por su propio país debería dejar el cargo”, ha dicho Abdalá a la BBC, y hacer lo posible para que “comenzara una nueva fase en la vida política siria”.
La expulsión de la Liga Árabe fue recibida en Damasco con gestos de desafío. Según el Gobierno sirio, la decisión carecía de validez porque fue aprobada por 18 de los 22 países miembros y no por unanimidad. Pero el castigo impuesto por los vecinos debió doler al régimen, ya que de forma casi inmediata grupos de manifestantes fieles a El Asad, armados con piedras y palos, intentaron asaltar embajadas árabes en Damasco sin que la policía siria hiciera nada por impedirlo.
La Liga Árabe volverá a reunirse el miércoles para seguir debatiendo la crisis siria. Se barajan sanciones económicas, aunque la exclusión de la organización podría acabar provocando, por vías indirectas, un problema casi insuperable para Bachar el Asad y la élite de la minoría religiosa alauí que domina Siria.
Hasta ahora, China y Rusia han bloqueado cualquier iniciativa de la ONU contra Siria argumentando su voluntad de mantener buenas relaciones con todos los países árabes. China y Rusia hacen buenos negocios con los sirios: venden armamento, compran el petróleo que no se puede exportar a la Unión Europea por las sanciones comerciales y obtienen contratos. Pero Siria es un cliente pequeño, y tanto Moscú como Pekín podrían dejar de tener interés en él si ello supusiera algún tipo de fricción con los demás países de la zona.
Catar y Arabia Saudí lideran la presión árabe sobre Siria. El hecho de que dos potencias económicas suníes sean las más críticas con el régimen sirio, dominado por la minoría alauí (una secta del chiísmo que constituye la seña de identidad de Irán), permite a Bachar el Asad denunciar una presunta conspiración religiosa, a la que añade otra conspiración dirigida, según él, por Estados Unidos e Israel. En una sociedad como la siria, muy celosa de su soberanía nacional, la tesis de que la revuelta no es más que un instrumento de potencias extranjeras sigue obteniendo un importante eco.
La Unión Europea también endureció el lunes sus sanciones sobre Siria, añadiendo 18 nuevos nombres a la lista de altos cargos gubernamentales y militares a los que se prohíbe viajar y tener fondos bancarios fuera del país. El ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, instó a Rusia y a China a que retiraran la amenaza de veto y permitieran que el Consejo de Seguridad de la ONU impusiera sanciones económicas.
El País.