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La pandemia está acelerando la transformación de la diplomacia y las herramientas digitales que se utilizan en este ámbito profesional. ¿Cómo va a impactar en el trabajo de los diplomáticos?
Hay un aspecto que va a ser cada vez más importante en la política internacional: la repercusión de la COVID19 en la diplomacia y el tratamiento de las relaciones internacionales. Tanto en los procesos de la diplomacia como en el contenido de la política exterior. Recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS) llevó a cabo su primera asamblea telemática. Crecen las especulaciones sobre la celebración de una Asamblea General de la ONU virtual en septiembre. El Consejo de Seguridad y el Consejo Europeo ya se han reunido a través de Internet. ¿Son estos cambios momentáneos, que persistirán solo lo que dure la crisis, o son el anuncio de cambios más a largo plazo en el ejercicio de la diplomacia? En gran parte, dependerá de cuánto tiempo tardemos en volver a la normalidad y de cómo sea esa normalidad. Aunque no hay nada cierto, lo que ha hecho la COVID19 ha sido sobre todo servir de catalizador como ha pasado en otros ámbitos . Ha acelerado, en algunos casos de forma espectacular, unas tendencias que ya existían. Este virus obligará a la diplomacia a afrontar el conflicto entre diversas agendas internacionales del que ha hecho más bien caso omiso hasta ahora, y es posible que el resultado sea una profunda digitalización de la diplomacia, en lugar de los tuits ocasionales de algún embajador que se veían antes de la crisis.
Aunque no quiero dejarme distraer por debates geopolíticos, es evidente que la COVID19 está acelerando e intensificando tendencias geopolíticas que ya existían, aunque no la dirección no esté forzosamente clara. Estados Unidos ya estaba renunciando a ser el líder mundial antes de la crisis. En Europa ya estaba extendiéndose la reacción contra la agresiva política exterior de Pekín, con sospechas sobre la influencia política que le han otorgado sus inversiones económicas. Ahora, esa reacción están abriéndose camino en África y Asia Central. China, debilitada por el virus, está viendo complicarse su camino para ser superpotencia, aun cuando, al mismo tiempo, se le está pidiendo que tenga un papel más importante en la gobernanza global. Todavía más reacio me siento a aventurarme en el terreno de la economía, pero existen sólidos argumentos para pensar que la COVID19 va a obligarnos a aceptar que el sistema económico y financiero mundial estaba roto antes de la pandemia, desde hacía muchos años.
También en el terreno diplomático este virus nos obliga a prestar atención a las tendencias y los problemas existentes. Los estudiosos de la diplomacia hablan desde hace muchos años del posible conflicto entre distintas agendas internacionales . Y, sin embargo, nadie ha sacado las conclusiones prácticas necesarias. A finales del siglo XX nació la Nueva Agenda Internacional de Seguridad, que se reforzó tras los atentados terroristas de 2001 en EE UU, cuando se pensó que era preciso que el terrorismo fuera competencia de la seguridad internacional. En lugar de centrarse en la seguridad y la estabilidad del Estado dentro del sistema internacional, la nueva agenda se dedicó a la seguridad y el bienestar económico de la persona dentro del Estado. Eso, sin duda, permitió incluir el terrorismo en la seguridad internacional, pero también que se incluyeran otros muchos aspectos como el cambio climático, la degradación medioambiental y las pandemias.
Por si alguien duda aún de que las pandemias son una cuestión de seguridad internacional, y en el sentido más estricto de la palabra seguridad, pensemos en la repercusión histórica de éstas en distintas operaciones militares: la peste en Atenas, que debilitó crucialmente su capacidad en la Guerra del Peloponeso contra Esparta; los guerreros mongoles que arrojaban los cuerpos de personas que habían fallecido de la peste negra al interior de las ciudades sitiadas como una forma de guerra biológica; la llamada gripe española de 1918 (aunque me cuentan que en China la llaman ahora la gripe de Kansas), que mató a más de 50 millones de personas en todo el mundo y minó la capacidad de combate de todos los ejércitos (de hecho, el general alemán Erich Ludendorff le achacó el fracaso de su ofensiva de primavera, aunque él siempre buscaba algo a lo que echarle la culpa para quitársela de encima).
En los 10 primeros años del nuevo milenio, pareció que la Nueva Agenda Internacional de Seguridad adquiría más importancia que otras prioridades de política exterior. Los ministerios de Exteriores, especialmente en la Unión Europea, se reconfiguraron para abordar estos problemas globales, con el reconocimiento de que solo se podían afrontar mediante la colaboración internacional . La máxima prioridad internacional era el cambio climático y, después de los brotes de SARS, MERS, ébola y la gripe aviar, pasaron a serlo también las pandemias. Pero empezaron a reaparecer otras agendas geopolíticas más tradicionales, relacionadas con el equilibrio de poder y las zonas de influencia. Rusia invadió Georgia y se apoderó de Crimea. China intentó extender su soberanía en el Mar del Sur de China. Irán y Arabia Saudí libraron una guerra entre terceros por la hegemonía regional en Oriente Medio. Las agendas geopolíticas parecían constituir una amenaza más urgente para la paz y la estabilidad internacional. Desviaban la atención de los problemas mundiales y socavaban la colaboración internacional necesaria para abordarlos. Resulta interesante que haya un conflicto similar entre agendas en el ciberespacio, en el que los problemas de seguridad como el espionaje informático y las campañas de desinformación desvían la atención de las cuestiones relacionadas con la gobernanza de Internet.
Este conflicto entre la Nueva Agenda Internacional de Seguridad y otras prioridades geopolíticas más tradicionales ha alcanzado su apogeo con la COVID19 . La pandemia está desarrollándose en medio de tensiones crecientes entre Estados Unidos y China. Y va acompañada de una infodemia en la que las dos partes están utilizando las redes sociales para atacarse. Los países occidentales han aprovechado la pandemia y la responsabilidad china en ella para debilitar su influencia e interrumpir su ascenso como potencia mundial. Del mismo modo, Pekín ha utilizado la diplomacia de las mascarillas y se ha dedicado a enviar suministros médicos a todo el planeta para restablecer esa influencia. En el juego de culpas mutuas que se producirá después del virus, y con el uso de la COVID19 como arma para alterar el equilibrio geopolítico, corremos el riesgo de que desaparezca toda posibilidad de identificar el verdadero origen de la pandemia. La filogénesis del virus ha dejado de ser una cuestión científica para volverse geopolítica.
Curiosamente, la otra gran consecuencia del coronavirus en el ejercicio de la diplomacia es lo que puede ayudar a encontrar una salida para esta situación: la digitalización acelerada de la diplomacia. Los diplomáticos utilizaban las tecnologías digitales antes de la crisis, pero de manera aficionada y poco entusiasta. La mayoría de ellos se limitaba a algún tuit ocasional o alguna entrada en Facebook . La COVID19 lo ha cambiado todo. De pronto, el riesgo de contagio ha hecho que los diplomáticos y gobernantes no puedan reunirse en persona. Las cumbres y conferencias tienen que celebrarse por videoconferencia. Los programas comerciales como Zoom pueden ser poco seguros, pero los sistemas oficiales, que son más seguros, suelen ser engorrosos y dificultan la fluidez de la discusión (quizá por eso el Primer Ministro británico, Boris Johnson, celebró una reunión de su gabinete a través de Zoom). Los diplomáticos se quejan de que los servicios de mensajería como WhatsApp no son buenos sustitutos de las conversaciones discretas en pasillos sobre las que se construye gran parte de la labor diplomática. Muchos están convencidos de que la digitalización de su ámbito de trabajo tiene un límite y esperan con confianza a que vuelva la normalidad.
Pero esa confianza puede estar equivocada. Las experiencias anteriores hacen pensar que la COVID19 no es un acontecimiento único y que el peligro de epidemias víricas, ya sean gripes o coronavirus, va a ser un rasgo constante de la vida en el siglo XXI. Igual que hay que acortar las cadenas de suministro y repatriar la producción, es posible que mucha labor diplomática tenga que realizarse a distancia . Además, la disminución de los viajes en avión y la consiguiente subida de los precios quizá obligará a los diplomáticos a revisar sus vidas de trotamundos. Y eso hará que haya que prestar nueva atención a la digitalización de la diplomacia, en dos sentidos: primero, la adaptación de la diplomacia para que funcione más eficazmente a través de medios digitales y, segundo, la adaptación de las tecnologías online a las necesidades específicas de los diplomáticos. Muchos de los problemas con los que se encontraban estos últimos antes de la llegada del virus eran consecuencia de adoptar tecnologías diseñadas para otros fines. Pensemos en el ejemplo de las redes sociales. No debería extrañar que unas tecnologías concebidas para monetizar los datos de sus usuarios sean más eficaces a la hora de difundir desinformaciones que de sostener la diplomacia pública. A medida que se desarrollen plataformas más eficientes para albergar cumbres y conferencias telemáticas, los diplomáticos se acostumbrarán cada vez más a utilizar aplicaciones de mensajería para las conversaciones de pasillo. Se les dará mejor establecer redes de contactos por Internet y utilizarán las redes sociales, más que para difundir información, para entablar diálogos con actores importantes, estatales y no estatales . La importancia de la Red, la importancia relativa de un diplomático en las redes sociales y políticas de Internet dará la medida del éxito para el nuevo embajador.
Esta mayor digitalización de la diplomacia puede llevar a una innovación aún mayor. A medida que se perfeccione la tecnología que permite las reuniones telemáticas, podrán empezar las discusiones sobre otras actividades digitales que también podrían reforzar la diplomacia. En las zonas de conflicto se podrían utilizar ejercicios de construcción de posibles situaciones a través de Internet, lo que permitiría a actores estatales y no estatales de una gran variedad de tendencias políticas y sociales que debatieran, además del propio conflicto, de las perspectivas de futuro para la zona. A medida que la generación que creció entre juegos de ordenador ascienda en la jerarquía política, es posible que los ministros de Exteriores utilicen cada vez más simulaciones de ordenador para probar y descartar decisiones estratégicas y de política exterior. En esos juegos de política exterior podrían incluirse análisis de datos masivos que permitan los ministros y sus subordinados ensayar distintas estrategias antes de tomar decisiones cruciales. Seguramente, este método de jugar para analizar políticas, destacando las mayores amenazas para la seguridad nacional procedentes de problemas mundiales como el cambio climático, las migraciones y las pandemias, ayudaría a devolver el equilibrio a nuestra perspectiva y alejar las obsesiones geopolíticas .
La pandemia actual está interconectada con la diplomacia de tal forma que puede impulsar la digitalización de ambos terrenos. Se sabe desde hace mucho que la clave para hacer frente a las enfermedades infecciosas es identificar cuanto antes y seguir la pista a los contagiados. Ya antes del brote de la COVID19 se habían desarrollado métodos digitales eficaces para las advertencias tempranas y el seguimiento de los contactos de los contagiados. Se basaban sobre todo en análisis de big data, con datos sacados de teléfonos móviles, buscadores y redes sociales para identificar pautas que correspondieran con el comienzo y la propagación de las enfermedades infecciosas. Antes de 2020, en las sociedades occidentales, estas medidas suscitaban serios interrogantes sobre la privacidad y la protección de datos. Después de la experiencia de la COVID19, es comprensible que la gente quizá se sienta más dispuesta a proporcionar sus datos si aumenta su protección contra la enfermedad. Pero seguirá habiendo el problema de cómo internacionalizar estas técnicas. Estos métodos tienen escaso valor si se quedan en un ámbito nacional o incluso regional. Es necesario recoger los datos, analizarlos e incorporarlos a las decisiones estratégicas a nivel global.
Este será un desafío importante para la diplomacia . No será fácil. Los países no querrán dejar que otros recopilen datos de sus ciudadanos, pero también se resistirán a confiar aquellos recogidos por ellos a gobiernos extranjeros. Los conflictos tecnológicos, en especial sobre qué empresas van a establecer las normas industriales internacionales para las nuevas tecnologías, complicarán aún más las cosas. Las organizaciones internacionales actuales están debilitadas o despiertan desconfianza. La pregunta para los diplomáticos es si, en colaboración con actores no estatales y la sociedad civil, podrán construir plataformas que permitan el intercambio de datos en contextos neutrales y fiables. Será un trabajo exhaustivo en el que la diplomacia será siempre fundamental, pero en el que los diplomáticos oficiales no siempre serán los protagonistas. Las tecnologías de cadenas de bloques pueden ayudar a asegurar la credibilidad y la transparencia del proceso. Habrá que hacerlo de abajo arriba, y no a la inversa. Pero, poco a poco, podrán crearse las plataformas de pandemias mundiales para identificar y rastrear enfermedades infecciosas.
No solo se trata de que la diplomacia y los diplomáticos vayan a tener un papel destacado, aunque no siempre el principal, en la construcción de estas plataformas . El proceso cambiará drásticamente el ejercicio de la diplomacia y acabará por cambiar su forma de abordar problemas como el cambio climático, la construcción de normas de comportamiento en el ciberespacio o la regulación de los robots asesinos (Lethal Autonomous Weapons, LAWS). En cierto sentido, la COVID19 está transformando la diplomacia y las herramientas digitales que utilizan los diplomáticos. La digitalización en este ámbito se acelerará, pero la base de la diplomacia seguirá siendo la misma, aunque ahora deba expresarse a través de canales digitales. Eso no significa que la diplomacia cara a cara y la presencia de diplomáticos en el extranjero vayan a desaparecer. Pero, una vez que la COVID19 les ha obligado a ser más innovadores en el uso de las nuevas tecnologías, no va a haber marcha atrás. La diplomacia presencial y la diplomacia digital se complementarán mutuamente.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
Este artículo forma parte del especial
‘El futuro que viene: cómo el coronavirus está cambiando el mundo’.