Cesar Rincon: «los españoles han dejado una huella imborrable allí donde han estado»

La última vez que el maestro César Rincón clavó su mirada sobre una puerta de toriles fue en Febrero de 2008. La imagen de un torero difiere mucho si el encuentro se produce en el asfalto y no sobre el albero. El rostro recupera la tez morena, la mirada perdida encuentra el camino y la sequedad en la boca se aleja del miedo escénico. Los años le han hecho olvidar manías y rituales, pero han dejado a la vista algunas cornadas que aún tienen explicación.


César Rincón ha sido torero, y sin saberlo, el mejor embajador de Colombia, por la que suspira y padece con un descarado acento bogotano. De español también tiene mucho. “Siempre se ha dicho que uno no es de donde nace sino de donde se cría, y yo lo he hecho en ambos países”. Esta es la historia de un hombre que con quince años decidió cambiar su vida llegando a España convencido de triunfar delante de un toro. Y lo hizo, saliendo seis veces por la puerta grande de la Plaza de Toros de las Ventas en Madrid.

Empezamos hablando de orígenes e identidades. La imagen que le sugiero es del 23 de Septiembre de 2007 cuando en una vuelta al ruedo en Barcelona agarraba dos banderas, dos patrias, la española y la colombiana. ¿Se pueden dividir tantos los sentimientos? 

Los sentimientos no están divididos, están latentes por la suerte que tengo de estar viajando todos los años a los dos países. Siempre se ha dicho que uno no es de donde nace sino de donde se cría, y yo lo he hecho en ambos países, aunque creo que he pasado más tiempo en España. Llegué aquí en 1981 y salvo cuatro años de ausencia, siempre he permanecido en este país, por eso siempre digo que mi corazón está partido por todo lo que me han dado allí y aquí.

Las evidentes similitudes entre España y Colombia hicieron más sencilla la integración de un joven César Rincón en nuestro país. De hecho nació en el barrio de Santander, uno de los más humildes de Bogotá. ¿El destino estaba marcado en la niñez?

(risas) Existen muchas similitudes con los nombres, también está la ciudad de Medellín con el mismo nombre que un pueblo de Extremadura. Creo que son detalles que denotan los parentescos y la proximidad socio-cultural entre países. Estos aspectos también ayudan en lo profesional porque tuve la suerte de encontrar una profesión con la que identificarme e ilusionarme y en la que no tuve que cambiar de hábitos, costumbres o comidas. He sido un hombre afortunado.

Nació en Bogotá, pero a los quince años se marchó a España. ¿Qué mundo más próspero se imaginaba por encima de la acera de la humildad que separaba su barrio de la majestuosidad de Los Rosales o La Cabrera?

Por aquél entonces no conocía nada del mundo porque no me dio tiempo a hacerlo. Mi familia era muy humilde pero aún recuerdo el día que me llevaron a ver cómo aterrizaban y despegaban los aviones del aeropuerto de El Dorado. Mi primer avión fue para venir a España, pero también la experiencia de montar en un tren o ver el mar. Todo era una novedad en una vida por descubrir con quince añitos. 

Y llegó a Madrid para alojarse en un hostal en plena calle Gran Vía… (En la actualidad César Rincón vive en las afueras de Madrid, tiene varias fincas entre España y Colombia, y es propietario de dos ganaderías de toro de lidia).

Era el hostal Picos de Europa, nunca se me olvidarán las tardes que pasaba en la habitación escribiendo las cartas – que luego llevaba desde Callao a la oficina de correos en Cibeles- a mi mamá para contarle cómo era el día a día en España. Acostumbrado a vivir con mis hermanos en una misma habitación en Bogotá, la experiencia de hacerlo solo fue la primera prueba de madurez que tuve que superar.

Durante ese periodo de aprendizaje e integración en Madrid, muchas fueron las anécdotas que despertaron de la infancia a ese joven colombiano atrevido pero inocente.

Precisamente fue pasando por la plaza de Callao. Había una manifestación, algo que nunca había visto anteriormente. De repente sonaron las sirenas de las ambulancias y la policía, que curiosamente vestía de café (risas) y al instante recibí un golpe en la boca con una de las porras de la policía. Estaba asustado y con la boca ensangrentada hasta que llegué al hostal y me puse a llorar delante de la dueña. Fue la primera cicatriz que me hice y la que me dejó los labios partidos.

En ese misticismo en el que parece sobrevivir la tauromaquia, ¿la proyección cultural e integradora ha sido más influyente para el torero que reconocida por la sociedad?

Creo que debemos de adaptarnos porque como siempre digo, somos animales de costumbres. Los toreros siempre nos hemos arraigado en cualquier lugar, a mí no me ha costado trabajo, pero tal vez si el idioma fuese diferente la integración hubiese sido más compleja. Ahora pienso en mucha gente que ha tenido que emigra por obligación y adaptarse a un idioma y costumbres diferentes y es un ejercicio de superación muy grande. En mi caso la tauromaquia ha sido un vínculo y un espacio ideal para entender costumbres y acercar una integración social y humana lejos de mi país. 

España está entre los diez países con mayor número de inmigrantes. Entre la necesidad y el deseo hay muchos de ellos, pero, ¿es un destino acogedor por encima de la circunstancias? 

Sin duda alguna es un ejemplo de respeto y tolerancia, aunque hay excepciones como todo en la vida. Sólo tienes que darte cuenta que España ha sido un país de emigrantes, en Ecuador, Argentina y México hay muchos…los españoles han dejado una huella imborrable allí donde han estado, sólo te diré que durante el tiempo que estuve en México la gente me llamaba “El Gallego” (sonríe).

Le hablamos del compromiso, de la inquietud e interés que tiene por la juventud en Colombia. Tal vez sea por el reflejo de la experiencia vivida, pero César Rincón tiene muy claro el primer consejo para todos aquellos que están dispuestos a emigrar.

Primero de todo tienen que saber que ser torero es la profesión más difícil del mundo porque cada vez todo es más complicado. Por eso deben de pensar veinte veces si lo desean, y si es así, les recomiendo meditarlo otras veinte veces más. Si realmente lo tienes claro y estás decidido, siempre les digo que deberán de dedicarse al toreo con alma, vida y sombrero, y entrar en este mundo con perseverancia. En esta profesión deben de saber que nunca aprenderán porque el toro al que te enfrentas es un animal diferente cada día.

Es obvio que la vida le ha cambiado, incluso estando arriba. De ser torero a ganadero el punto de vista es diferente, la reflexión más empresarial y la lógica menos egoísta. Se explica.

Cuando uno es torero muchísimas veces nos convertimos en egoístas y pensamos solo en el triunfo. La profesión del ganadero es muy ingrata, llena de sinsabores y desilusiones porque tu trabajo es diario y a veces poco recompensado. Recordando mis inicios como torero puedo decir ahora que la ignorancia es atrevida porque uno desconoce realmente cuál es la profesión del ganadero, les pido perdón a todos ellos por juzgar lo que desconocía.

Y en esta profesión tan mística en la que la injusticia está tan presente como la mala suerte, ¿queda la sensación de que al torero que viene de fuera se le exige más para ganarse un respeto que a veces no sabe de justicia?

Yo también he tenido esa impresión vivida en primera persona. Cuando triunfas todo es más fácil, pero cuando las cosas se ponen muy duras tienes que hacer el doble de esfuerzos. Pese a pasarlo mal antes de 1991, nunca pensé en regresar o abandonar porque sabía que algún día triunfaría siendo perseverante y no desfalleciendo. Lo más curioso es que a los toreros españoles se les recibe en Colombia y en muchos otros sitios con una “alfombra roja”. Hay una frase maravillosa que resume cualquier distinción y escenario, “el triunfar en Las Ventas es de Madrid al cielo”.

Y en tu caso tardaste cuatro tardes en alcanzarlo…

(carcajadas) Eso fue un record, pero me quedo con unas palabras del maestro Pepe Dominguín al valorar una actuación mía. “Es como hablar con Dios y que él te conteste”, dijo. A partir de ahí el mundo se me abrió hasta poder decir hoy en día que tengo más de lo que había soñado.

Lo han dicho las crónicas, los aficionados, desde 1991 César Rincón ha paseado Colombia por el mundo como su más carismático embajador, ¿lo sientes así o así te han hecho sentir?

Creo que es un adjetivo de cariño muy bonito que muestra que en Colombia también existía un torero. En aquella época el aficionado también comprobó la tradición y la afición arraigada que existía al toreo en Colombia. Todo esto posibilitó crear unos vínculos con España y con el público francés que empezó a viajar y descubrir a Colombia. Me llena de orgullo de que a través de mi tauromaquia mucha gente diese el paso de conocer mi país.

César Rincón nunca ha perdido la intensidad de la mirada, pestañea poco para no perderse nada de su alrededor. Con esos ojos bien abiertos contempla a Colombia con preocupación. 

Hay unas desigualdades muy grandes en la sociedad porque hay mucha gente pobre, la clase media es muy pequeña y los ricos lo son demasiado. La problemática de las FARC arrastra a nuestro país, lo importante y necesario es sentarse a dialogar para llegar a un equilibrio que muestre la riqueza de la diversidad y recursos naturales que posee Colombia. Cuando un país tiene que invertir tanto en la guerra es una lástima que esos recursos no se destinen para mejorar la educación, la industria o las nuevas tecnologías.

El periodista taurino Zabala de la Serna escribió sobre usted lo siguiente. “…Donde alcanzaron sus naves ningún presidente, político o diplomático colombiano ha llegado: al corazón de los pueblos”. ¿Qué le sugiere?

Es precioso y un mensaje para que los que pertenecemos a familias muy humildes sepamos que de alguna manera también tenemos una escapatoria a esta situación. Me viene a la mente un personaje que en Colombia y en el mundo entero está siendo referente, y es el ciclista Nairo Quintana, que siendo de una familia muy, muy humilde ha conseguido con esfuerzo y dedicación a su profesión acabar segundo en el Tour de Francia y ser la sensación del ciclismo. También es cierto que todos hemos sido grandes embajadores de Colombia, por talento e inspiración siempre reseño al Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, al maestro Fernando Botero, el inmunólogo Elkin Patarroyo…..exportamos talento.

¿Qué cree que representa España, Colombia y Francia en los Toros?

España es nuestra madre patria, de la que hemos heredado todo lo que significa la tauromaquia en el mundo. Así mismo me produce una tristeza muy grande pensar que siendo Colombia un país taurinamente muy joven esté sufriendo la deriva de identidad de Cataluña con ciudades como Bogotá, donde la negatividad se ha convertido en bandera política y eso nos preocupa porque tenemos que luchar por nuestra identidad.

Los toros están considerados como Patrimonio Cultural Inmaterial. ¿Qué le falta a España para que tenga esa consideración? Lejos de ser un nexo de integración parece que los toros fuesen un motivo para provocar precisamente lo contrario.

En España estamos luchando por una identidad y avergonzándonos al mismo tiempo por algo tan lindo como es la dedicación al toro de lidia, una especie única en el mundo que genera a su alrededor grandes beneficios económicos, laborales y turísticos. Gracias a los toros vive muchísima gente del campo y de las grandes ciudades. 

Toreando has podido ver, disfrutar de rincones desconocidos para muchos de nosotros, pero ¿qué no deberíamos perdernos?

Hay una frase muy recordad en nuestra querida Colombia que dice “¿Cuál es el riesgo? El riesgo es que te quieras quedar”. A mucha gente le ha sucedido que cuando ha descubierto Colombia se ha querido quedar. Me encanta la gastronomía española, cualquier rincón para comer un buen cocido o una paella, pero si tuviese que importar algo de Colombia, me traería el Ajiaco de Bogotá, que contiene tres clases de papa: pastusa, criolla y sabanera que le da una especial cremosidad dependiendo de los niveles de cocción; pollo desmechado y mazorca tierna. El plato se sirve acompañado de una porción de arroz blanco, aguacate, crema de leche y alcaparras.Riquísimo.

Texto y Fotos: Miguel Núñez Bello

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