Empecemos por reseñar que no hay dos conflictos violentos iguales en el mundo. Luego las soluciones también deberán ser distintas. Pero sí existen métodos, aprendizajes, culturas de paz y reconciliación que se han convertido en una eficaz técnica para resolver esos conflictos de manera universal. Por eso resulta inevitable establecer ciertos paralelismos sobre cómo se están viviendo en Colombia y en Euskadi dos procesos que, con todas sus diferencias, conviene analizar.
MEDIADORES Mientras en España la Audiencia Nacional cita a declarar a quienes en Euskadi han constituido una Comisión Internacional de Verificación, en Colombia se agradecen los esfuerzos de los “países amigos”, Noruega y Cuba, que están facilitando las conversaciones que se llevan a cabo en La Habana.
No sé si el PP se da cuenta del ridículo que supone negarse a una solución encarrilada cuando el resto del mundo avanza hacia salidas negociadas.
PAZ POR PAZ Esa quizás sea la ventaja que presenta el proceso en Euskadi frente al colombiano. ETA renunció expresamente, a pesar de sus farragosos comunicados, a obtener réditos políticos por el cese de la violencia. Admite, claramente, que esas reivindicaciones son competencia de la izquierda abertzale que en su caso deberá negociarlas con el resto de partidos.
En Colombia, este punto es muy controvertido. Las FARC incluyeron en la agenda cuestiones como la reforma agraria y no todos los colombianos ven con buenos ojos que el Gobierno negocie estos y otros asuntos competentes a las instituciones del Estado con quienes fueron declarados terroristas. La fórmula que el Gobierno de Santos ha encontrado es que los acuerdos pasen, a posteriori, por el refrendo, no ya de las cámaras legislativas sino de la voluntad popular en una consulta.
VÍCTIMAS Se calcula que en Colombia las cinco décadas de violencia han dejado más de 220.000 muertos, por no hablar de torturados, heridos en atentados o los cinco millones de “desplazados”. Sin embargo, su peso social es relativo, como si se diera por descontado que con un mínimo reconocimiento estatal se van a dar por satisfechos. Por supuesto, su presión política es nula.
Si lo comparamos con Euskadi, con alrededor del millar de víctimas, la consideración social que reciben es mucho mayor y por eso, llama la atención comparativamente la presión que ejercen algunas asociaciones marcando la agenda del Gobierno español.
Diría que aquí la virtud está en el término medio: en el respeto que merecen y la reparación llevada a cabo en Euskadi y la ausencia de injerencia política de las asociaciones colombianas.
TREGUA Y DESARME Las FARC decretaron exactamente dos meses de tregua que concluyó el pasado 15 de enero. Lo hizo como “muestra decidida de nuestro apoyo al proceso de diálogo”.
Desde esa fecha, aunque con menor virulencia, siguen actuando en determinadas zonas rurales del país. El Gobierno de Santos ya dijo que seguiría combatiendo en nombre de la seguridad a todos los grupos armados ilegales.
En esto último, la decisión de Santos se parece a lo que viene realizando el Gobierno de Rajoy instando a los poderes judiciales a abrir nuevas causas y a no revisar las que ya están en curso. Pero la diferencia estriba en que ETA no ha actuado y además, quiere entregar las armas. O eso dice. La respuesta a ese mínimo, casi nano, gesto de las pistolas sobre la mesa ha sido un “no merece comentario” de Rajoy. Santos sigue negociando.
ELECCIONES Llevar en paralelo un proceso de paz y dos campañas electorales no es sencillo. Eso está pasando en Colombia. Pero los detractores de la política de diálogo de Santos, con Alvaro Uribe a la cabeza, no parece que estén cosechando el resultado esperado.
Se ha pasado de la “mano dura, corazón blando” de Uribe al “cuatro años más para la paz” de Santos. Y el segundo, según todas las encuestas, va ganando la partida. Es decir, quien está dispuesto a arriesgar en un diálogo merece más respaldo popular que quien pregona un final por la vía de la derrota militar.
La comparación con lo que sucede en en España es evidente. Al PP le marca Vox y UPyD a pesar de que aún ni siquiera haya decidido arriesgar nada. En Euskadi, sin embargo, se premia a los partidos que han decidido no dejar escapar una oportunidad para acabar definitivamente con la violencia. En esto, vascos y españoles también somos distintos.
XABIER LAPITZ