Diplomacia, una cuestión de estómago

Una comida de diplomáticos es una carrera de
obstáculos, si sale bien, puede terminar con muy buenos contactos, pero si sale mal, el resultado puede ser un incidente diplomático.
Por lo tanto, cabe preguntarse qué sucede cuando se mezclan comida, bebida y política exterior.
Desde grandes banquetes hasta almuerzos y cenas íntimas, los diplomáticos siempre han utilizado la comida y el trago como método para promover sus causas.
Pero ésta puede ser una táctica algo peligrosa.
Veamos por ejemplo el tema de la “ubicación”, es decir, quién se sienta dónde durante una comida.
Según el ex embajador de Gran Bretaña en Washington, Sir Christopher Meyer, se trata de “una de las artes más sublimes de la diplomacia”.
En Washington, cuenta Meyer, había una secretaria social que se encargaba de estar al tanto de todos los chismes -quién salía con quién o quiénes se habían peleado-, para que no hubiera problemas a la hora de sentar a los invitados.
El estatus

Luego está la delicada cuestión del estatus.

“Un diplomático en Australia puso su plato hacia abajo porque consideraba que lo habían ubicado en un lugar de poco prestigio”, dice Lord Carrington, quien era el Alto Comisionado del Reino Unido en Australia en ese momento.
¿Se imagina el trabajo de ubicar a toda esta gente?
“Pero era extremadamente glotón, entonces sólo lo hizo con el primer plato”, añade Carrington.
Hasta los cubiertos pueden ser un problema.
Hugh Lunghi, que actuó como intérprete de Winston Churchill en sus reuniones con Stalin, dice que el líder soviético se vio confundido por un juego de cubiertos.
“¿Cómo se utilizan estas herramientas?”, cuenta Lunghi que preguntó Stalin.
El líder soviético terminó admitiendo su ignorancia: “Nosotros tenemos un enfoque primitivo de la comida. Tenemos mucho que aprender de ustedes”, dijo Stalin, según Lunghi.
Tal vez Stalin podría haber aprovechado para que le enseñaran a utilizar la diplomacia para promever la cocina rusa.
Aún en Francia, una de las grandes capitales culinarias del planeta, la embajada británica ha desarrollado un arma secreta: un chef francés les hace sus postres y pasteles.
Cuando su marido era el embajador en París, Lady Jay importaba todo tipo de delicias del Reino Unido, incluido un queso con el nombre de Waterloo.
Su único fracaso fue la gelatina, que a los franceses nunca les gustó.
Garras de oso
Las más logradas cenas diplomáticas son las que se preparan para ser comidas con entusiasmo, independientemente de cuál sea el plato.
Varios diplomáticos veteranos del Medio Oriente, como Sir Antony Acland, han presenciado la ceremonia de la cabeza de oveja, en la que el invitado de honor se come los ojos.
“Uno sabía que era un honor que le dieron los ojos y el anfitrión también lo sabía, pero no era algo muy rico ni fácil de tragar”, comenta Acland.
Algunos platos del menú son políticamente desagradables.
El ex gobernador de Hong Kong, Chris Patten, recuerda la vez que una delegación del Fondo Mundial para la Naturaleza viajó a China para promover la protección de especies en vías de extinción.
En el banquete de despedida organizado por el gobierno de Pekín, los ambientalistas fueron agasajados con garras de oso.

La bebida, un reto especial
Pero uno de los mayores peligros diplomáticos es la bebida.
Algunos veteranos todavía recuerdan cuando se les pedía que “dieran su hígado por el país”.
“A los dignatarios extranjeros se los llenaba de tragos. Algunos de ellos, inclusive nuestro embajador…, se caían de bruces sobre la mesa”, cuenta Lunghi de su época en Moscú.
La diplomacia, dicen, es un arte.
Stalin, mientras tanto, tomaba agua disfrazada de vodka y aprovechaba los deslices de sus invitados.
Hubo veces en las que la diplomacia británica también utilizó el alcohol.
Cuando Christopher Soames era embajador en Francia en los años ’70, “regó todo el suelo con champagne”, recuerda Sir John Ure, un ex oficial del servicio exterior británico.
Esto no fue bien visto por aquellos que pensaban que el cuerpo diplomático era demasiado extravagante.
Hoy en día se consume menos alcohol en las fiestas de diplomáticos, pero el gobierno británico todavía guarda una gran bodega con unos 40.000 vinos.
El encargado de decidir quién toma qué es el jefe de hospitalidad del gobierno, Robert Alexander.
Los mejores vinos son reservados para los jefes de Estado. Otros vinos se sirven con el único objetivo de animar el ambiente.
“Hay que tener en cuenta que muchos ministros conocen a gente por primera vez, entonces a veces precisan de una ayuda, y es ahí donde entre la comida y la bebida”, comenta.
Algunos creen que una buena cena puede marcar el comienzo de una relación diplomática, tal como sucedió con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, y el primer ministro del Reino Unido, Tony Blair.
“Fue un evento en el que hubo química entre ambos y uno se dio cuenta de ello no bien comenzó la comida”, dice Christopher Meyer, quien estuvo presente.
Pero se requiere mucha planificación para que todo esto funcione y, por supuesto, un estómago de acero.

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