Palestina y la ONU

El camino para el reconocimiento del Estado palestino en la Organización de Naciones Unidas ya está trazado. El presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha presentado la demanda con la que solicitará ante la ONU su reconocimiento como Estado de pleno derecho. Este proceso requiere que el Consejo de Seguridad recomiende esta medida a la Asamblea General y que por lo menos dos tercios de la misma (116 países) voten a favor.

El Consejo de Seguridad está integrado por cinco miembros permanentes con derecho a veto (Estados Unidos, Rusia, Francia, Gran Bretaña y China) y diez miembros no permanentes (actualmente, Bosnia y Herzegovina, Brasil, Colombia, Gabón, Alemania, India, Líbano, Nigeria, Portugal y Suráfrica). La clave se encuentra, en los países con derecho a veto. Estados Unidos ya ha anunciado que votará en contra. Rusia y China lo harían a favor, mientras que Francia y Reino Unido optarían por la abstención.

Ante este panorama, el plan B de los palestinos será acudir a la Asamblea General de la ONU a pedir el reconocimiento. En este caso, el escenario es mucho más favorable. Según fuentes palestinas, su propuesta podría contar con el voto de más de 140 países. Esto supondría pasar del actual estatus de “entidad observadora” que tiene la Organización para la Liberación de Palestina a la de “Estado observador”, como ahora ocurre con el Vaticano, Kosovo y Taiwán. Palestina no sería miembro de pleno derecho, pero conseguiría anotarse un tanto diplomático, amén de otras ventajas.

FRIDE.
Palestina y la ONU: el camino legítimo para un Estado

Hiba I. Husseini – Política Exterior 143

Abogada palestina y asesora legal para el proceso de paz desde 1994. Preside el Comité Legal para las Negociaciones Permanentes.

La decisión de los palestinos de solicitar a la ONU su admisión como Estado o una resolución para su reconocimiento como tal hace aún más urgente retomar las negociaciones de paz con Israel.
El actual escenario palestino es prometedor y mueve al optimismo. En lugar de manifestarse contra la ocupación israelí mediante acciones combativas, los palestinos están planteando iniciativas meditadas para alcanzar sus objetivos nacionales. Primero, para obtener la libertad y poner fin a la ocupación y la construcción de asentamientos. Segundo, para establecer un Estado soberano con las fronteras de 1967, articulado en torno a la solución del biestatalismo y que tenga Jerusalén Este como capital. Y tercero, para garantizar que la apremiante situación de los refugiados se resuelva justamente, después de 66 años.
Esta nueva dinámica se ha atestiguado en la reconciliación entre Al Fatah, parte de la oficialista Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y su oposición, Hamás. Tras cuatro años de divergencias ideológicas y políticas, ambos partidos han supeditado los intereses partidarios a los nacionales con la firma en abril de un acuerdo de reconciliación.
Otro elemento clave es la posición adoptada por los líderes palestinos respecto de un proceso de paz en impasse desde hace 18 años y que ha menguado su credibilidad. Hoy, sin embargo, los palestinos vuelven a situarse en una posición de independencia para anunciar a Israel y al resto del mundo que ya es hora de que se reconozca al Estado de Palestina e incluso de que sea admitido en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Recordemos que Palestina no es ningún extraño en la ONU y que desde 1988 mantiene despachos en la sede en calidad de observador. Y lo que es más importante: a julio pasado, 117 países han reconocido a Palestina como Estado y mantienen con ella relaciones diplomáticas; otros muchos han abierto oficinas consulares en su territorio.
Por estas razones, los palestinos han decidido acudir de nuevo a la ONU. Esta decisión, en cualquier caso, no obvia la urgente necesidad de entablar negociaciones con Israel. Es harto sabido que la negociación constituye parte clave de un acuerdo perdurable, exhaustivo y coherente. Dicho acuerdo debe poner fin al conflicto y satisfacer todas las reclamaciones. A diferencia de Israel, no miramos con buenos ojos las medidas provisionales o cortoplacistas. Las decisiones a medias no nos satisfacen y necesitamos zanjar nuestra apremiante situación. Así pues, optamos por una medida nueva: la ONU.
Esta iniciativa, no obstante, debe ser evaluada en su contexto. Se trata de una afirmación de nuestro firme deseo de vivir en un Estado independiente con las fronteras de 1967, afirmación que proporcionará una nueva plataforma para la que israelíes y palestinos puedan replantear sus relaciones desde cero.
En el mundo de hoy, en el que de la hegemonía de los Estados nace una nación tras otra, acudir a la ONU es un medio legítimo para un fin legítimo. La ONU tiene potestad para ello. Es el foro al que acuden las naciones para confirmar su régimen de Estado, tal como hizo Israel en 1948. Lo que fue legítimo para Israel entonces es legítimo para Palestina ahora, en 2011.
Puertas adentro, Hamás apoya la decisión de la OLP de acudir a la ONU y la reconoce como representante del pueblo palestino. Puertas afuera, Israel ha proclamado su total oposición a la iniciativa, tildándola de acción unilateral, y ha amenazado con medidas severas. Reiteramos que nuestra acción es la acción del multilateralismo en sí. Sin duda, recibirá apoyos en el país, entre los países vecinos y en el resto de la comunidad internacional, de los países árabes y varios latinoamericanos, entre otros. Estados Unidos, la Unión Europea y el Cuarteto (EE UU, la UE, Rusia y la ONU) trabajaban en julio para que las dos partes reanudaran las negociaciones, que siguen considerando el camino adecuado.
Los palestinos no imponemos condiciones previas a la reanudación de las negociaciones. Deseamos un calendario y unos términos de referencia mutuamente pactados, que se articulen en torno al problema del estatus final, acordado por escrito. En efecto, desde 1967 todos y cada uno de los primeros ministros israelíes, con independencia de su adscripción política, han hecho la corte a los colonos. En la actualidad, al menos medio millón de colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este se han extendido por miles de kilómetros cuadrados de nuestro territorio.
Israel quiere que los palestinos reconozcan al Estado judío como condición previa para las negociaciones, rechaza el derecho al retorno de los refugiados y se niega a compartir Jerusalén. Por otro lado, considera que la reconciliación entre Al Fatah y Hamás es un paso en falso que imposibilita la reanudación de las negociaciones. Estas posturas no fomentan dicha reanudación.

Una paz postergada

A los palestinos nos une el deseo de un acuerdo de paz exhaustivo y justo. Nos hemos comprometido a modificar las fronteras en una ratio de uno a uno (extensión y valor equivalentes) y a compartir Jerusalén. Consideramos ilegales los asentamientos porque han sido construidos en tierras ilegalmente apropiadas en 1967. Mantenemos que los refugiados poseen el inalienable derecho a regresar. Estos son los principios sobre los que descansan nuestras aspiraciones nacionales. Por ellos se han dado muchas vidas. Entre otros problemas están las decenas de miles de detenidos y presos políticos en prisiones israelíes, en condiciones infrahumanas. Nuestras aguas y nuestros recursos naturales permanecen bajo control de los israelíes y son consumidos por ellos de manera inequitativa; nuestro medio ambiente sufre agresiones; se nos niega el acceso a nuestras tierras, de modo que no podemos construir ni desarrollar infraestructuras. Tampoco controlar nuestras fronteras. No podemos comerciar libremente porque no podemos dirigir nuestras propias aduanas y políticas arancelarias.
La conciencia nacional palestina queda acotada por estos problemáticos límites, pero mantenemos el compromiso de convertirla en realidades y resultados concretos que nos permitan alcanzar la condición de Estado. Por esta razón, y pese a tales adversidades, hemos perseverado. Esta determinación ha resultado en el establecimiento de un Estado de Derecho, en el imperio de la ley y el orden y en el mantenimiento de la seguridad para los israelíes y para nosotros mismos. Hemos establecido instituciones públicas eficientes y hemos aplicado un sistema financiero transparente y de gobernanza pública. Asimismo, contamos con eficaces vínculos de cooperación entre entidades públicas y privadas. Pero no podemos seguir avanzando a menos que la ocupación llegue a su fin.
Debemos proporcionar nuevas esperanzas y posibilitar que nuestra juventud desarrolle todo su potencial, especialmente aquellas generaciones que, una tras otra, han crecido con la ocupación o siguen viviendo en campos de refugiados de Palestina, Líbano, Jordania y Siria. La mayoría de nuestros jóvenes tienen prohibido visitar Jerusalén y jamás han visto la ciudad sagrada ni sus templos, como la iglesia del Santo Sepulcro, la mezquita de Al Aqsa o la Cúpula de la Roca. Y tampoco han respirado la brisa del mar de Gaza, a pesar de que sus orillas distan apenas kilómetros de sus hogares.
Los palestinos creen que en los cinco años posteriores a la firma de los Acuerdos de Oslo, en 1995, podría haberse alcanzado un acuerdo de paz. Sin embargo, la posibilidad de dicho acuerdo no ha hecho más que alejarse. La paz se ha mostrado esquiva, especialmente durante la ampliación de los asentamientos, también en Jerusalén Este.
En 2002, Israel comenzó unilateralmente la construcción de un muro de separación que serpentea a través de Cisjordania y la aísla de la capital, dejando paso no obstante a las circunvalaciones destinadas a los colonos. En julio de 2004, el Tribunal Internacional de Justicia emitió un dictamen, según el cual tanto el muro como los asentamientos quebrantan el Derecho Internacional. El tribunal instó a Israel a interrumpir la construcción y desmantelar los asentamientos, pero Israel hizo caso omiso. Hoy, el muro está casi finalizado y multitud de ciudades, pueblos y barrios palestinos han quedado divididos. Los asentamientos y el muro desfiguran la tierra palestina e infringen nuestros derechos. Más allá, son reflejo de una política israelí deliberada y sistemática que tiene por objeto alterar y limitar la calidad de los territorios a negociar.
Asimismo, la retirada unilateral de Israel de la Franja de Gaza en 2005 podría haber llegado a buen puerto si hubiese sido dirigida por los líderes palestinos. En su lugar, un millón y medio de personas (de las que el 67 por cien son refugiados) han quedado confinadas en una cárcel de 360 kilómetros cuadrados.
Estas duras realidades no disuaden a los palestinos de sus objetivos. De hecho, los han espoleado en su compromiso inquebrantable por un fin negociado del conflicto. Los líderes, por el contrario, no pueden seguir “esperando a Godot”. Ni siquiera las presiones provisionales ni las fechas impuestas externamente por EE UU han cambiado la táctica de los gobiernos israelíes. No podemos seguir esperando a que Israel llegue a la conclusión de que la solución de los dos Estados beneficia e interesa a ambos. Israel no comparte la premura de los palestinos: se ha acostumbrado a vivir con el conflicto. Lo gestiona con el uso de la fuerza y aprovecha cualquier oportunidad para desacreditar a los palestinos. Como ocupante colonial, se mantiene indiferente ante cualquier recomendación de la comunidad internacional.
Puesto que los palestinos creemos en la justicia de nuestra causa y en el derecho a disfrutar de un Estado libre, independiente y soberano, acudimos a la ONU. Dentro de las múltiples opciones, es la que nos parece mejor en la actualidad. Acudir a la ONU da la oportunidad –a los palestinos, los israelíes y la comunidad internacional (especialmente a EE UU y la UE)– de hacer honor a nuestra palabra: poner fin a la ocupación y aportar una solución al conflicto que dé estabilidad y paz a toda el área.
¿Qué hay de malo en el deseo de avanzar y poner fin a este adverso statu quo? Acudir a la ONU y obtener su reconocimiento supondría diversas ventajas. Adquirir la condición de Estado pondría a los palestinos en igualdad de condiciones con Israel, también en el nivel diplomático; Palestina podría unirse formalmente a la comunidad internacional, se podría beneficiar de relaciones fundamentadas en la igualdad soberana y disfrutaría de inmunidad soberana. Además, tendría mayor capacidad a la hora de negociar acerca de los asentamientos, el derecho al retorno y Jerusalén, actuando como iguales y no como pueblo ocupado.

Implicaciones para la paz

La decisión de acudir a la Asamblea General de la ONU en septiembre supone desafíos y riesgos. Para Israel, la iniciativa es un paso unilateral que infringe sus derechos y su seguridad. Israel ha declarado que este acto, al igual que la reconciliación entre Al Fatah y Hamás, son tiros errados que no favorecen el avance de la paz. Afirmó además que congelaría la transferencia de los millones de dólares en aranceles que las autoridades israelíes recaudan en nombre de los palestinos a lo largo de sus fronteras. Asimismo, ha amenazado con cancelar la aplicación de los acuerdos provisionales firmados, incluido el Protocolo Económico. La privación de derechos que ya sufren los palestinos detenidos o presos se ha visto agravada al ser canceladas las visitas familiares. La construcción de asentamientos en Jerusalén Este se ha acelerado y la apropiación de tierras se ha convertido en una contrarreloj.
El mayor riesgo que afrontan los palestinos –no ser aceptados– se deriva del hecho de que acudir a la ONU es un acto declarativo por naturaleza y no cambiará las cosas sobre el terreno. La pertenencia y el reconocimiento no evitarán que Israel continúe ejerciendo el control sobre el territorio. A pesar de la firme retórica desplegada por el primer ministro, Benjamin Netanyahu, en contra de que los palestinos acudan a la ONU, la reacción israelí es impredecible. No obstante, puede preverse que Israel preferirá que los palestinos permanezcan divididos y se abstendrá de negociar con un “Estado de Palestina”.
Israel, por su lado, corre el riesgo de enfrentarse a Europa y de que se critique su constante rechazo –en la política y en la práctica– a los palestinos y sus propuestas. Aislándose de ese modo, Israel podría recibir menos apoyos internacionales. Hasta su amigo más cercano, EE UU, urge a Israel a que reanude las negociaciones. Si la extrema derecha israelí continúa controlando el proceso de toma de decisiones a través de otro gobierno de coalición, Israel se verá cada vez más aislado y la “primavera árabe” prenderá en los palestinos. Es importante que Israel recuerde que no acudimos a la ONU a deslegitimarlo, sino a legitimar Palestina. Septiembre ofrece una oportunidad única.
En Washington, la decisión palestina ha provocado indignación. Barack Obama advirtió que la iniciativa está diseñada para “aislar” a Israel en la ONU. Si nos atenemos al historial de vetos estadounidenses contra las resoluciones de la ONU relativas a Palestina, es de esperar que EE UU vete la incorporación de Palestina a la organización. Aun así, Washington hará cualquier esfuerzo por evitar una posición que lo obligue a ejercer el veto. El creciente apoyo internacional a un futuro Estado palestino, incluso en Europa, ha llevado a los analistas a afirmar que EE UU está cada vez más aislado en su apoyo a Israel y que un veto perjudicaría gravemente las credenciales de Obama en un Oriente Próximo en rápido cambio.
La UE, como EE UU, prefiere una solución negociada y actualmente trata de encontrar una posición común con el Cuarteto respecto a la reanudación de las negociaciones. Su objetivo podría ser persuadir a Israel de que ofrezca a los palestinos un incentivo real, con el fin de que aparquen la decisión de acudir a la ONU y vuelvan a las negociaciones. En cualquier caso, los Estados de la UE se muestran divididos. Existen tres posturas: quienes están a favor, quienes están en contra y los indecisos. Es difícil prever si se obtendrá un consenso en la Unión a favor o en contra de la decisión palestina.

Hamás y Al Fatah

En cuanto a la relación entre Hamás y Al Fatah, el acuerdo de reconciliación y el hecho de acudir a la ONU forman parte de una misma ecuación. Es importante recordar cómo y por qué Hamás obtuvo tanto poder entre 2002 y 2005. Hamás nació como un movimiento con un prometedor programa ideológico y socio-económico que atrajo a un gran número de palestinos, muchos de ellos jóvenes, y suscitó un gran apoyo entre los detractores de Al Fatah y la OLP. Hamás parecía ofrecer a estos dos grupos una nueva esperanza respecto al fin de la ocupación, dado que las negociaciones que la OLP había propugnado fallaban una y otra vez.
La reconciliación se produjo de manera inesperada. Al Fatah decidió tomar el control de su futuro y desmarcarse de un proceso de paz controlado por EE UU y dominado por los intereses israelíes. Llegó así a la conclusión de que era necesario alcanzar la unidad nacional para acudir a la ONU. Para Hamás, el quid de la cuestión tenía que ver con los cambios ocurridos en esa parte del mundo. Hasta la “primavera árabe” se habían dedicado a contemplar de brazos cruzados cómo Al Fatah fracasaba. Cuando un proceso de paz liderado por la OLP no llegaba a buen puerto, Hamás se presentaba como la alternativa palestina viable. La reconciliación demuestra que algo preocupa a Hamás. Saltó la alarma por los cambios en Siria, su “protector”, y Hamás se ha apresurado a fortalecer sus vínculos con Egipto. Además, el apoyo a Hamás en Gaza va menguando y mantiene difíciles relaciones con los Hermanos Musulmanes, de modo que ha encontrado un balón de oxígeno con la reconciliación.
Al Fatah y Hamás han acordado formar un gobierno nacional integrado por tecnócratas, celebrar elecciones presidenciales y legislativas a nivel nacional, reunir todas las fuerzas de seguridad bajo un único mando, liberar a los prisioneros políticos y reconstruir Gaza.
El acuerdo cogió por sorpresa al gobierno israelí, que no había previsto un cambio político de tal relevancia en el mundo árabe. Netanyahu conminó al presidente Mahmud Abbas a elegir entre él y Hamás, como si dependiera realmente de los palestinos. Israel quizá llegue a considerar cualquier opción como una derrota, especialmente a la luz de la decisión del nuevo gobierno egipcio de abrir el paso de Rafah, en la frontera con la Franja de Gaza, lo que cambiaría el confinamiento de facto que Israel impone a un millón y medio de personas. Israel podría haber respondido de manera positiva, pero en su lugar ha establecido las mismas condiciones previas que respecto a la decisión palestina de acudir a la ONU.
Para Washington, la reconciliación plantea diversos retos. Es inevitable recordar la reacción que en 2006 siguió al triunfo electoral de Hamás: el gobierno estadounidense se dispuso a boicotear de inmediato a la Autoridad Nacional Palestina. Como respuesta, el Cuarteto impuso condiciones a Hamás. En el documento de reconciliación, Hamás acepta esas condiciones. Hasta ahora, no obstante, EE UU procede con cautela, evitando posturas irreversibles.
Antes de llegar a la Asamblea General de la ONU, Israel debe tomar una decisión complicada y ofrecer incentivos a los palestinos para que se reanuden las negociaciones. Acudir a la ONU y alcanzar la reconciliación nacional ha impulsado a los palestinos hacia delante. Se trata de una plataforma para el compromiso proactivo: Israel puede elegir ver el vaso medio lleno y dar pie a su propia reconciliación con los palestinos para poner fin a años de ocupación.

Palestina y la ONU: el camino legítimo para un Estado

Hiba I. Husseini – Política Exterior 143

Abogada palestina y asesora legal para el proceso de paz desde 1994. Preside el Comité Legal para las Negociaciones Permanentes.

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