Hundimiento de un buque por parte de Corea del Norte

El Gobierno de Corea del Sur ha anunciado este domingo que llevará ante el Consejo de Seguridad de la ONU el hundimiento de un buque de guerra el pasado 26 de marzo cerca de la frontera marítima estre las dos Coreas . Seúl y una comisión internacional acusaron la semana pasada a Corea del Norte de esta acción y Seúl anunció que iba a adoptar “firmes medidas” contra su empobrecido vecino, que a su vez se mostró dispuesto a ir a una “guerra abierta” si se aprueban sanciones contra Corea del Norte.

Seúl tratará que la ONU imponga una resolución adicional a Corea del Norte. Un equipo de investigadores procedentes de Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y Suecia, concluyeron el jueves que un torpedo norcoreano había destruido el buque Cheonan que causó la muerte a 46 de sus tripulantes, ya que las partes del proyectil recogidas en la zona presentaban un número de serie de Corea del Norte.

El presidente surcoreano, Lee Myung-bak calificó el ataque de “provocación” que constituye “una violación de la carta de Naciones Unidas y del armisticio que dio por finalizada la guerra entre las dos Coreas. Sin embargo, no parece seguro que China, miembro del Consejo General de Naciones Unidas con derecho a veto, respalde una posible resolución adicional. Pekín llamó a la moderación y expresó que hará su propia evaluación de los resultados de la investigación.


Naciones Unidas adoptó dos resoluciones sobre Corea del Norte, las resoluciones 1718 y 1874, después de que el país llevara a cabo varios ensayos nucleares y balísticos en 2006 y 2009. Las resoluciones imponían la prohibición de trasladar armas hacia y desde Pyongyang y llamaba a todas las naciones a paralizar su asistencia financiera al régimen.

Jaume Giné Daví.

(Profesor de la Facultad de Derecho de ESADE).

Corea del Norte ha incremento la tensión militar en el noreste de Asia. El 26 de marzo un submarino norcoreano torpedeó y hundió la patrullera surcoreana Cheonan, provocando la muerte de 26 marinos. Seúl reaccionó con prudencia y constituyó una comisión de investigación con la participación de expertos de Estados Unidos, Suecia, Australia y Reino Unido que confirmaron la agresión norcoreana. Pyongyang, como cabía esperar, niega su implicación. Y China, informada personalmente por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, en su reciente visita a Pekín, muestra una posición ambigua.

La agresión norcoreana no debería sorprender. Incluso era previsible. Responde a una estrategia calculada que Pyongyang ha utilizado sistemáticamente desde hace décadas. Provoca repetidamente tensiones internacionales para exigir y lograr ayudas y compensaciones económicas a cambio de paralizar y declarar su programa nuclear. Pero luego no cumple sus compromisos internacionales porque realmente no quiere renunciar a sus ambiciones nucleares. Mientras tanto, Corea del Norte ha continuado secretamente su programa nuclear de enriquecimiento de uranio susceptible de uso militar.

A Pyongyang poco le afectan unas sanciones internacionales que no suelen aplicarse de forma efectiva. Mucho menos le preocupa la situación de su población, acostumbrada a sufrir una escasez extrema en la cobertura de sus necesidades básicas. Los norcoreanos no son ciudadanos, sino súbditos controlados ideológicamente por la “doctrina Juche” que persigue la autarquía económica y el autoabastecimiento del país. Kim Jong-il tampoco teme una intervención militar de EE UU y sus aliados ya que, a diferencia del Irak, Corea del Norte sí tiene armas de destrucción masiva.

¿Que objetivos persigue Kim Jong-il? En primer lugar, insiste en situar Corea del Norte en el centro de la agenda internacional de EE UU cuando la crisis económica global y el conflicto de Afganistán y Pakistán constituyen las prioridades de Barack Obama. En segundo lugar, quiere generar la cohesión militar interna para reforzar su liderazgo y legitimidad, en un momento en que prepara la sucesión dinástica del régimen estalinista en favor de su hijo Kim Jong-su, con los ojos puestos en 2012, año en que se celebrará el centenario del nacimiento de Kim Il-sung.

Corea del Norte es un estado fallido, sin reservas de divisas pero con “reservas de plutonio”. Y no duda en utilizar la extorsión nuclear e incluso exigir, con amenazas, disculpas al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Sin embargo, las acciones norcoreanas van dirigidas principalmente a Washington. Las exigencias son tanto políticas como económicas. Pyongyang insiste en que se le reconozca un estatus de potencia nuclear para negociar directamente, en una mayor posición de fuerza, unos acuerdos más favorables con EE UU.

La responsabilidad china

Las relaciones bilaterales entre Pekín y Pyongyang son cada vez más complejas y contradictorias. China impulsó el inicio de las negociaciones multilaterales en agosto 2003 para lograr la desnuclearización de Corea del Norte. Los chinos desean reemprender estas negociaciones, y así se lo manifestó Hu Jintao a Kim Jong-il durante su visita a China a principios de mayo, pero los norcoreanos juegan duro y exigen que se les reconozca previamente su estatus de potencia nuclear. Algo que, en ningún caso, aceptarán EE UU, Corea del Sur y Japón.

China se ha convertido en una gran potencia llamada a asumir responsabilidades internacionales. El régimen ha evolucionado ideológicamente desde el comunismo a un capitalismo con características chinas. La economía, tras su incorporación a la Organización Mundial del Comercio en 2001, es cada vez más interdependiente con la de EE UU, Japón y Corea del Sur. En cambio, Corea del Norte sigue anclada en el pasado y convertida en una monarquía estalinista con la doctrina “juche” que mantiene el país cerrado al contacto exterior. Si el régimen resiste se debe principalmente al apoyo chino que es el cordón umbilical por el cual le llega la ayuda alimenticia y energética para sobrevivir. China es el primer inversor y socio comercial. La segunda prueba nuclear norcoreana del 25 de mayo de 2009 colocó a Pekín en una situación diplomática complicada. Pekín tolera al errático Kim Jong-il. Pero sus ambiciones nucleares pueden alterar peligrosamente el statu quo militar en el noreste de Asia, precisamente cuando Pekín intenta un acercamiento con Taiwan. La consolidación de un Norte nuclear podría ser un pretexto para un fuerte rearme militar, incluso nuclear, de Japón y Corea del Sur y afectar indirectamente a Taiwan. ¿Hasta dónde y cómo puede China presionar a Corea del Norte?

La posición china con su vecino norcoreano es ambivalente. Tiende a conservar la actual situación y solo la modificará en la medida que vea claro sus consecuencias. Por un lado, presionados por EE UU, los chinos votaron afirmativamente la resolución 1874 del Consejo de Seguridad de la ONU que condenó la prueba nuclear y reforzó las sanciones financieras y económicas contra Corea del Norte. Pero Pekín no las aplica de manera efectiva. Se justifica en que quiere favorecer la vuelta de Pyongyang a las negociaciones multilaterales. También pretende evitar a toda costa un colapso del régimen norcoreano. Argumenta, no sin razón, que provocaría un incontrolable alud de refugiados hacia la frontera china e incluso una catástrofe humanitaria. Sin embargo, hay intereses estratégicos chinos en juego. Un colapso del régimen norcoreano podría conducir a una reunificación de las dos Coreas y un posible resurgimiento del nacionalismo coreano. China tiene pendientes algunos contenciosos históricos con Corea. Existe una notable presencia de chinos de etnia coreana en áreas de la región fronteriza con el Norte (la Región Autónoma de Yanbian) que algunos estudiosos coreanos vinculan históricamente con su país.

La oposición china ante una pronta reunificación coreana se explica también por el recelo que le provoca la actual presencia militar estadounidense en el sur de la península coreana. Para los chinos, una reunificación solo podría caber en el marco de un acuerdo general negociado con EE UU, Japón, Rusia y las dos Coreas. Y mientras no se llegue un acuerdo que implique una eventual retirada militar estadounidense, a China, le va bien la existencia de dos Coreas. Asimismo, cabría analizar cuáles son los intereses estratégicos de EE UU y Japón con respecto a una eventual reunificación coreana. La intransigencia norcoreana a renunciar a su programa nuclear sirve a EE UU para justificar su permanencia como potencia militar en Asia oriental y mantener, frente a China, sus alianzas estratégicas con Japón y Corea del Sur.

China está inquieta. Quiere que Pyongyang evolucione llevando a cabo unas reformas económicas al estilo de las realizadas por los comunistas vietnamitas. Este era el objetivo último de Pekín al iniciarse las negociaciones del Grupo de los Seis. Hoy, desea que se reanude el diálogo multilateral. China sigue centrada en su propio desarrollo económico que asegura la estabilidad política. La intransigencia norcoreana crea inestabilidad política en Asia oriental, donde comparte hoy más intereses económicos con Corea del Sur y Japón que con Corea del Norte. Todo ello sitúa a Pekín en una difícil tesitura. Quiere presionar a Pyongyang para que se abra a las reformas sin colapsar a su régimen político. Aprueba unas sanciones internacionales pero no las aplica. Mientras tanto, Pekín sigue incrementado su peso económico y comercial en el Norte y se asegura el control o monopolio para la explotación de sus cuantiosos y ricos recursos naturales. Ello tampoco facilita una futura reunificación e integración económica entre las dos Coreas. Los recursos naturales representan el 41,3 por cien de las exportaciones norcoreanas a su vecino chino. Al igual que ocurrió tras el primer ensayo nuclear norcoreano de 2006, China ha aprovechado las sanciones internacionales a Pyongyang para aumentar la interdependencia económica con Corea del Norte, especialmente con las tres provincias limítrofes chinas de Liaoning, Jilin y Heilongjiang.

La actitud de Pekín está alimentando un sentimiento de recelo contra China entre los surcoreanos. Seúl esperaba, ante una clara agresión militar, un apoyo chino de carácter político que no ha recibido. El presidente surcoreano, Lee Myung-bak, anunció el 24 de mayo, entre nuevas amenazas del Norte, la ruptura del diálogo político y de la cooperación económica intercoreana. A las puertas de unas elecciones locales previstas para el 2 de junio, el gobierno de Seúl ha actuado presionado por una opinión pública cansada y dolida por las amenazas del Norte.

Washington, Seúl y Tokio seguirán conjugando a la vez la presión y sanción internacional con una voluntad de diálogo para alcanzar un compromiso si Pyongyang muestra signos inequívocos de querer negociar seriamente su desnuclearización. La estrategia es clara pero su aplicación práctica plantea muchos interrogantes. Porque es harto complicado confiar y negociar con un país que viola sistemáticamente las reglas básicas del Derecho Internacional y que es impredecible en sus actuaciones y reacciones. Si las presiones internacionales fracasan y Corea del Norte no cambia su agresiva posición, solo quedará la vía de aislar –si es posible–aún más a Pyongyang. Y también controlar que no impulse o favorezca la proliferación nuclear en terceros países.

No parece que Pyongyang vaya a renunciar voluntariamente a su programa nuclear. Ni es previsible que vuelva a corto plazo a la mesa de negociaciones mientras la cuestión sucesoria de Kim Jong-il no esté plenamente resuelta. Por otro lado, las diversas sanciones impuestas por la ONU a Corea del Norte no han sido efectivas y no lo serán si no se cuenta con un compromiso político y sin reservas por parte de Pekín. China que es el principal socio político y comercial de Corea del Norte y tiene la llave para presionar y conseguir que este país ermitaño se abra al mundo. Es hora que Pekín colabore con EE UU y asuma sus responsabilidades internacionales en tanto que es una potencia regional y mundial.



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